jueves, 9 de abril de 2009

Avanzar siempre es importante, especialmente a través de tempestades, de lágrimas, de esos pedacitos de cielo que caen y explotan contra nosotros.

A veces uno se siente así, con el alma encadenada al cuerpo, completamente acaracolada, sufriendo roces para avanzar, dejando detrás un rastro y apenas asomando una parte nuestra. Mostrando esa carcaza agrietada que, cuando querés observarla, sólo gira en espiral, como en un carrucel.

Y nos enajenamos, nos privamos de nosotros mismos. Porque pensamos que todo continúa aunque nos quedemos quietos. Porque cerramos los ojos y al abrirlos todo sigue ahí. Pero no es verdad, ya que controlamos los momentos que pueden desaparecer. Y cuando una parte de nosotros se rinde, otra toma el control y decide avanzar.

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